sábado, 3 de mayo de 2008

METALITERATURA & METATEBEO.



Trazo de Tiza, de Miguelanxo Prado, es para mí una obra que marca un punto de inflexión en el devenir de la narrativa gráfica. ¿Por qué? Al margen de sus valores visuales (el exquisito tratamiento del color y las texturas, la sobriedad narrativa en la planificación de Prado) hay en esta obra una dimensión que personalmente no he encontrado con anterioridad, salvo en la literatura: me refiero a lo metaliterario o, en este caso, a lo metatebeístico.[1]

Podríamos definir la metaliteratura como la literatura que trata sobre sí misma. Borges, sin ir más lejos, es un ejemplo de escritor metaliterario. Y precisamente Borges aparece citado en algún capítulo de Trazo de tiza.

La narración de este cómic, se despliega como un relato en tercera persona donde el protagonista arriba a una isla extraña que no figura en los mapas (una utopía o no lugar en toda su tradición). Pero lejos de avanzar por lugares comunes y tópicos, el desarrollo de la historia va sugiriendo extrañas cuestiones sin una explicación clara en el mismo seno de la narración. Esto obliga al lector a asumir en el transcurso de la lectura una posición activa. Se trata de la teoría de Borges y Cortázar de la literatura para lectores hembra frente a la literatura para lectores macho, es decir, una narración que penetra en el lector sin un esfuerzo activo por parte de éste, frente a una narración que exige del lector una penetración activa para asimilar el significante del relato. Si buscamos ilustrar esta dicotomía, es fácil hacerlo: los best-sellers son ejemplos de literatura para lectores hembra y los libros de los mencionados Borges y Cortázar son lo contrario.

Ello denota que el autor de historieta (en este caso concreto) asume un acervo cultural que rebasa la esfera endogámica de la historieta y los géneros de otros medios con los que guardan consanguineidad. Miguelanxo Prado, como Borges, propone un relato en el que los cabos sueltos obligan a trabajar a la mente del lector en busca de respuestas. Pero aun, va un paso más allá, mediante su propia intromisión en la obra con una nota final en la que escribe (metaescribe) sobre el propio relato, sobre la imposibilidad de captar el sentido del mismo, sobre la necesidad de una segunda (tercera, cuarta, etc.) lectura, para poder penetrar en el núcleo del misterio.

Esta intromisión del autor, ha sido criticada como un elemento impertinente, e incluso pretencioso, por parte de algunos lectores. No lo veo ni lo siento yo así. Comentaba con Miguelanxo esta circunstancia, y hacía referencia a uno de los escritores más mataliterarios del panorama español (uno de los escritores más importantes del momento, sin duda): Enrique Vila-Matas. Me decía Prado que no lo había leído aún cuando inició y terminó Trazo de tiza, pero que en efecto, al conocerlo había constatado la cercanía entre las fórmulas narrativas y el posicionamiento del autor en el espacio de la narración. En mi opinión, ese texto de Miguelanxo Prado que pone broche a Trazo de Tiza, me parece parte de la obra, y no una adición (más o menos pertinente); actúa como una extensión del relato que eleva un peldaño la dimensión en la que el relato se relaciona con el lector.

Sin embargo, debo en justicia suscribir el hecho de que el posicionamiento del autor, no es totalmente parangonable a la tradición de la mise en abisme, que llaman los franceses, o puesta en abismo; es decir, la literatura dentro de la literatura y la eliminación de la omnisciencia narrativa a la manera de un Poe que escribe su Manuscrito hallado en una botella o Las aventuras de Arthur Gordon Pym, tradición que se remonta al Manuscrito hallado en Zaragoza, de Jan Poctoki: el autor del relato encuentra un texto que literalmente transcribe, o sea, supuestamente, el libro que leemos no lo ha escrito él.

No sucede tal con Trazo de Tiza. Miguelanxo Prado es el autor indiscutible del relato, pero como autor, no alcanza la omnisciencia del creador que conoce todos los secretos del mundo que ha creado; y así, se nos aparece para hablarnos sobre la misma estructura del relato como algo que ni el propio autor puede explicar absolutamente. Una obra abierta (la opera aperta en la teoría de Umberto Eco) que permite de esta manera la polisemia, la múltiple interpretación del significado por según qué lector y qué lectura realice de la obra.


[1] En justicia debo mencionar algunas incidencias que apuntan en este sentido. Recuerdo un número de la Liga de la Justicia (DC Cómics), en la que los personajes se enfrentaban a personas disfrazadas como los héroes de la editorial rival, Marvel. Y uno de ellos comentaba: "Este Spidey (Spiderman) tiene los mismos poderes que el de verdad". Cito de memoria, no muy buena, pues no puedo recordar el número de la colección ni en qué lugar de mi biblioteca lo he almacenado. También las inserciones de documentación en Wachtmen de Alan Moore y Dave Gibbons, y los textos que acompañan a cada episodio de From Hell, del propio Moore y Eddie Campbel. Por supuesto, no puedo olvidar a Hugo Pratt, que utiliza a los personajes de algunas de sus narraciones para completar las mismas (Corto Maltés en Siberia).

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