jueves, 21 de febrero de 2008

CORTO, MAQROLL, ISAAC: LA AVENTURA TRANSFIGURADA.

Ya desde las páginas de La Mazmorra, esa genial creación de Johan Sfar, nos percatamos del potencial de otro autor devenido en el heredero de una tradición que ha sabido asimilar y redimensionar: Cristophe Blain es su nombre, y el genero tradicional de aventuras es la tradición.

Transita por las páginas de Isaac, el pirata (que es la obra en cuestión) la esencia más pura de las clásicas historias que arrastran al lector en viajes a través del mundo, transmitiéndole la sensación de que éstos (género y mundo) no están tan explorados como parecen. Isaac el pirata, es el heredero legítimo de aquel poético y épico Corto Maltés, marino y pirata como el primero, a lo que añade su condición de pintor que no pinta (dibuja mucho). El ethos de la obra alberga la capacidad para narrar historias creibles en un marco histórico bien documentado, pero suma, entre otras cosas, una dimensión ausente en Corto Maltés y presente en otra de las grandes sagas contemporáneas de la aventura, Maqroll, el gaviero de Álvaro Mutis. El tratamiento del sexo es no explícito en Corto Maltés, porque así corresponde a la poética del personaje y del universo que habita, está ausente y sólo sugerida por medio de las miradas, más románticas que sexuales, de los personajes. En Isaac, el pirata, las relaciones sexuales y los diálogos sobre sexo, son, si no totalmente explícitas, sí semi, como en Maqroll, sin que por ello la historia devenga en una excusa para lo sexual, sino que lo sexual forma parte de la poética de este universo, haciéndolo si cabe más creíble.

Entre lo épico, lo cómico, lo trágico y lo lírico, se mueve el tono de la serie, en la que llama poderosamente la atención el uso de página de Blain, que se mueve entre la división horizontal clásica en cuatro tiras, y su ruptura arbitraria en tres. Su dibujo, otro elemento poco común, no es el de una gran dibujante, sino el de un genial narrador expresivo, capaz de hacer olvidar al lector las carencias de virtuosismo para lograr la máxima expresividad en favor de la narración. Hay un claro hilo en la estética de este dibujo que lo entronca con la tradición gráfica del expresionismo europeo de mitad del siglo XX, incluyendo la tradición caricaturística. El color, por su parte, tiene un tratamiento muy inteligente, aportando ambientación a cada momento, iluminando convenientemente y potenciando el dibujo, completando el trabajo visual de manera idónea.

Y qué decir de la forma de hablar de los personajes. La épica narración de historias pasadas maltesiana, se enriquece con unos diálogos humanos, muy humanos, de una credibilidad que desarma. Los personajes hablan y reaccionan sin admitir objeciones por parte del lector, que podrá estar en desacuerdo con sus decisiones, pero no con la naturalidad con la que éstas se nos presentan, como si no puediera ser de otra manera. Ya lo dijo Kandinsky, un expresionista europeo, considerado padre de la abstracción (moderna, cabría matizar), el arte tiende hacia la naturalidad, y así es esta obra de Cristophe Blain, imprescindíble mar transfigurado de la aventura de siempre.

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