
Transita por las páginas de Isaac, el pirata (que es la obra en cuestión) la esencia más pura de las clásicas historias que arrastran al lector en viajes a través del mundo, transmitiéndole la sensación de que éstos (género y mundo) no están tan explorados como parecen. Isaac el pirata, es el heredero legítimo de aquel poético y épico Corto Maltés, marino y pirata como el primero, a lo que añade su condición de pintor que no pinta (dibuja mucho). El ethos de la obra alberga la capacidad para narrar historias creibles en un marco histórico bien documentado, pero suma, entre otras cosas, una dimensión ausente en Corto Maltés y presente en otra de las grandes sagas contemporáneas de la aventura, Maqroll, el gaviero de Álvaro Mutis. El tratamiento del sexo es no explícito en Corto Maltés, porque así corresponde a la poética del personaje y del universo que habita, está ausente y sólo sugerida por medio de las miradas, más románticas que sexuales, de los personajes. En Isaac, el pirata, las relaciones sexuales y los diálogos sobre sexo, son, si no totalmente explícitas, sí semi, como en Maqroll, sin que por ello la historia devenga en una excusa para lo sexual, sino que lo sexual forma parte de la poética de este universo, haciéndolo si cabe más creíble.

Y qué decir de la forma de hablar de los personajes. La épica narración de historias pasadas maltesiana, se enriquece con unos diálogos humanos, muy humanos, de una credibilidad que desarma. Los personajes hablan y reaccionan sin admitir objeciones por parte del lector, que podrá estar en desacuerdo con sus decisiones, pero no con la naturalidad con la que éstas se nos presentan, como si no puediera ser de otra manera. Ya lo dijo Kandinsky, un expresionista europeo, considerado padre de la abstracción (moderna, cabría matizar), el arte tiende hacia la naturalidad, y así es esta obra de Cristophe Blain, imprescindíble mar transfigurado de la aventura de siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario